sábado, 17 de noviembre de 2007

LA TRAGEDIA DE LA MUJER GRIEGA

“Una breve lectura de La mujer en la obra de Eurípides,
de Marco Arteaga Calderón”



La lectura de este libro me ha despertado nuevas interrogantes que van más allá de las veces que he enfrentado a la tragedia con fines analíticos, ya que frente a un trabajo que plantea un problema objeto tan específico me surgen inquietudes como salidas de un espacio cognitivo al que le había cerrado la puerta o, hasta ahora, no me había interesado esclarecerlo. Entonces, dentro de este universo heteróclito al que me veo enfrentado, como dice Ferdinand de Saussure, refiriéndose al lenguaje, aparentemente no tengo otra alternativa que plantearme algunas preguntas, de las cuales tomaré tres para comodidad o pertinencia de esta lectura.

¿Cuál es el significado más aproximado de la tragedia griega, diríamos mejor el anclaje, tomando la semiología de Roland Barthes, para quien el hombre va construyendo continuas significaciones de la realidad que, por el mismo hecho de ser continuas, van a ir transformándose al analizarlas con nuevos marcos de conocimiento, nos ahorramos aquí la palabra epistema, pero volviendo a la idea fundamental qué podemos entender ahora por tragedia griega?

Otra pregunta que me acosa es ¿la tragedia griega está focalizada en la tragedia de la mujer griega, es ella el sujeto trágico o el objeto sobre quien recae la tragedia? Porque en apariencia en muchas tragedias nos encontramos con una mujer culpabilizada ya sea por el destino (la moira) que era tan importante para los griegos como por las acciones realizadas por actores, para no decir personajes, en donde la mujer no tenía culpabilidad mayor, para no decir alguna, pero era sobre quien se “ensañaba” el discurso trágico, como en el caso de Iocasta, en Edipo rey.


La última sería ¿a qué se debe la escasa participación del pueblo griego en el espacio escénico? Es que solo deberían cumplir el papel de destinatarios de discurso trágico? Insertando estas inquietudes en el libro de Arteaga, cuyo enfoque básico es sociológico, vemos que inicialmente se plantea, en la tragedia de Eurípides, cinco isotopías o lecturas básicas: La neurosis del amor: Medea, Fedra, Alcestis, Evadne, Electra; el agravante de la fe: Casandra, Agave, Theonoe; la heroicidad inútil: Ifigenia, Polixena, Macaria, Antífona; entre la guerra y la paz: Alcmena, Aetra, Iocasta. Helena; la proyección de la maternidad: Hécuba,. Clitemnestra, Andrómaca, Creusa, Hermione.

Estas cinco isotopías forman una tipología de la tragedia en Eurípides, que va a ser objeto de desarrollo en el libro. La pregunta aquí es cómo relacionar lo que Arteaga presenta con lo so
stenido por los comentaristas de la tragedia griega que gracias a la búsqueda de lo intrínsecamente humano hemos podido disfrutar de grandes producciones artísticas, como las tragedias griegas. Pues en ellas, se narran las aventuras del hombre, que explora los abismos y vericuetos del alma. O con lo que postula Aristóteles la tragedia (mediante una serie de circunstancias que suscitan piedad o terror) era capaz de lograr que el alma se eleve y se purifique de sus pasiones. Este proceso, que se denomina "catarsis", es la purificación interior que logra el espectador a la vista de las miserias humanas.

Así, por otra parte, otros entendidos opinan: el fondo común de lo trágico será la lucha contra un destino inexorable, que determina la vida de los mortales; y el conflicto que se abre entre el hombre, el poder, las pasiones y los dioses.

Por el contrario, el denominado proceso de purificación, sacarse las frustraciones para poder alcanzar un equilibrio, para focalizarlo a través de lo que llamaríamos un actante, síntesis de funciones de muchos actores: la mujer, podría ser tomado como una constante.

Organizado mediante catorce títulos, Marco Arteaga nos analiza la situación de la mujer en el siglo de Pericles: la mujer griega se debate en una crisis social entre el fetiche de la tradición que la condena y la opción de un reclamo que, pese al grito desgarrador de su dolor, se diluye en un distorsionado intimismo ideológico. Es un objeto de uso simple, poseído por la autoridad
del hombre. Con esta paráfrasis de su libro se puede significar el espacio que el autor encuentra para la mujer en este tan comentado siglo.

Sin embargo, sostiene más adelante que la mujer es el centro de la atracción en Eurípides, los hombres tienen preponderancia, pero la mujer define el intringuilis. La interiorización de la mujer se deja entrever a través de su diálogo contrastado, claroscuro de lucha retorcida pero, por sobre todas las cosas, se impone la naturaleza femenina en su situación vivencial, en esta paráfrasis que hemos construido d
el libro encontramos la valoración que el trágico otorga a la mujer, según Arteaga, acepta su dolor pero el ritmo de su diálogo le da un tono reivindicatorio. Seguidamente encontramos la casi ninguna importancia que tiene el fenotipo, la fisonomía externa de la mujer, sus cualidades físicas son marginales, no es la piel de donde proviene el conocimiento certero, es de su desgarro (o desgarramiento) interno. En esta parte, podríamos utilizar la categorías euforia/disforia, tomando la disforia como un contrasentido, como un acto de rebeldía. Esto atenúa el rol temático que se le imponía: la solitaria, abandonada a los altos designios y que se enlaza con su rol actancial de objeto en circulación.

Es destacable en este libro la continuidad analítica impuesta por el autor, pues en la continuación del trabajo destaca la capacidad que presentan las mujeres en Eurípides: no existen mujeres sonsas, débiles, ingenuas, son más bien fuertes, decididas, reacias, inteligentes. Hay un frescor en cada voluntad no importa la edad que ostenten. Adolescentes y jóvenes como Ifigenia y Electra responden a un permanente vitalismo de maduras y ancianas como Medea y Hécuba. A pesar de la imposición mítica y de su condición de objeto son mujeres sexuadas opuestas a la hipocresía: “Odio a las que son castas en sus palabras –aclara Fedra- y ocultamente lascivas.” El amor es un querer hacer no un deber cumplir:” para qué amar si es solo cumplir una promesa de fidelidad hacia los antepasados”, sostiene Arteaga y más adelante dice que el suicidio aparece como imposición del claustro ideológico y social en el que la vivencia personal de la mujer esta detenida. Eurípides concede, de esta manera, aunque sea oblicua, un papel protagónico en la sociedad, una posibilidad de rebelión discursiva: “Las mujeres somos los seres más desventurados, necesitamos comprar un esposo a costa de grandes sacrificios y darle el señorío de nuestro cuerpo”, sostiene Medea, ante lo que se llamaba la cobertura matrimonial.

En ese mundo de limitaciones y desvalorización de la mujer aparece la obra de Eurípides tratando de relevar a la mujer ante al dominio masculino enmascarado por el designio de los dioses, la mujer siempre es culpable, es un botín de guerra, circula de acuerdo a la guerra, a la conquista. Siempre existe un sujeto-operador estatuido por el poder de los dioses, la mujer es el sujeto y su objeto es el sacrificio, la muerte, el ayudante es el hombre, el hombre-héroe, el oponente que existe en esta macroestructura es lo que subyace en el discurso de la mujer y el destinatario es la estabilidad del sistema.

En referencia a que el pueblo no tenía rol protagónico en la tragedia, o que en cuando aparecía, en ciertas obras su caracterización era difusa, podemos decir con Marco Arteaga que eran las clases dominantes, los ejes de poder, quienes tenían este disfrute, este derecho protagónico. Recién con Eurípides aparecen los seres comunes ayudando a cumplir el papel asignado al estatuto trágico, el programa narrativo de los elegidos para el espectáculo, esto podría responder a una de las inquietudes inicialmente planteadas. Por otra parte, esta catarsis, a la que hicimos referencia en inicio, que podríamos apuntalarla a lo que denominamos en ciencias del lenguaje catálisis –elemento de reposo para preparar un nudo- era el anclaje significativo de la tragedia griega o el disfrutar la dureza trágica para recomenzar la vida, para esperar enfrentarse a un nudo venidero, ya que como sostiene Barthes el relato es como la vida, no hay vida sin relatos y la tragedia es un relato. El pueblo como destinatario –conocedor de los mitos que se trataban en la tragedia- espectaba y disfrutaba el hecho trágico que protagonizaban los otros, lo hacía suyo, aguardando también los nudos trágicos que debía enfrentar en su cotidianidad desde su ubicación social, quizás podríamos hablar aquí de un sincretismo escindido.

El por qué la elección de la mujer lo hemos visto en la breve lectura del libro de Marco Arteaga Calderón, desmitificador o demitificador en gran parte, caracterizado por una puntualidad analítica y cubierto de vasta información, mantiene un planteamiento sociológico sin dejar por eso de ser estructural. Su planteamiento, que desinaugura la iconicidad, –esa ilusión referencial que nos ha sido impuesta- podríamos, a costa de ser groseros y abusivos, sintetizarlo en el poema de Safo de Lesbos, a quien también se menciona en este libro “ …Morir es un mal; los dioses así lo juzgan, pues de otro modo morirían.” Sin embargo, otros analistas, aseveran la existencia de la tragedia como acto necesario para llegar a la celebración de la vida. No sabemos si tal vez tomen la tragedia como “nudo cardinal” necesario para el desarrollo narrativo de la vida y de esta manera poder arribar a la “catálisis”, momento de tranquilidad y reposo, en lo que podríamos llamar el “decurso narrativo de la vida”.

Finalmente debemos admitir que los temas de la tragedia, a veces reiterativos, grandilocuentes, ahora se resemantizan –adquieren nuevas significaciones- en los distintos sucesos que padece la humanidad. ¿Acaso en todas las confrontaciones no se revela o subyace un sentido trágico?






















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